viernes, marzo 14, 2008

Sí, estoy muy impresionado de la fuerza de las mujeres




Michel Augier, músico y fundador de Los Barrenderos del Desierto

“No soy un hombre político, sólo constato impresiones”



“No sé si me interesa ser famoso. Lo que sí me importa es conocer el mundo entero con mi música. Quiero ser libre y, por lo menos, lo intentaré”, dice el líder de la banda que acompaña las aventuras de “La Pequeña Gigante”.

Por Antonio Becerro, artista visual

Fotos: Marco Pizarro

Transcurría enero y estaba dibujando en el cielo o, más bien, buscando imágenes de animales entre las nubes de Puerto Mont. No de perros muertos, sino de vacas, cabras, chanchos, conejos, pájaros y qué sé yo. Estaba en eso cuando sonó el teléfono; al otro lado de la línea estaba Roser Fort, la directora del Centro de Arte Alameda:

-Oye, Becerro, se van a presentar Los Barrenderos del Desierto, aquí en el cine y podríamos proyectar tus videos del enamorado de “La Pequeña Gigante” mientras ellos tocan.

-Vale, voy a Santiago.

Ha pasado más de un mes desde nuestros primeros encuentros en el Liguria, el Clandestino y en el propio cine Alameda y Michel Augier, un hombre sensible y simple, que se junto el mes pasado en Santiago para planificar no sé qué asuntos con Jean-Luc Courcoult, el director de la compañía francesa Royal de Luxe, que en el verano de 2007 remeció las calles de la capital con su montaje de “La Pequeña Gigante.




Michel es músico y fundador de Los Barrenderos del Desierto (Balayeurs du Désert) -la banda que acompañó a esa niña enorme, de fantasía, mientras intentaba atrapar al rinoceronte-, grupo que también integran Fatoumata Diawara (voz), Fred Tanari (bajo, teclados) y Jean-Michel Bauru (batería).

-¿Cómo definirías el estilo de Los Barrenderos del Desierto?

-Es una música del mundo, de todas las influencias: electrónica, africana, jazz, rock, un poco de ritmos urbanos. Es una mezcla, la experiencia de integrar músicos de distintos países. Al principio es un intercambio de energía que compartimos y que se transmite mutuamente. Entonces fusionamos el aporte de bajos, guitarras, batería, gaitas y otros instrumentos. Hay ritmos cubanos, árabes, latinos y muchas mezclas de sonidos modernos de tornamesas y vinilos. Existe una cadencia y sensualidad en la estructura musical. Esto también ocurre porque los integrantes de la banda son de distintas nacionalidades. Por ejemplo, Fatoumata, la vocalista, es africana y en las presentaciones de enero en Chile incluimos a Marcela Paz Silva y Camila Sagués, ambas de la compañía de teatro La Gran Reyneta, y a Cuti Aste (Javiera y los Imposibles, Electrodomésticos, Los Mismos, Regia Orquesta de “La Negra Ester).

-¿Cómo se integra la fonética africana al ritmo europeo?

-Es algo muy simple. Fatou trabajaba en la compañía de teatro Royal de Luxe. Era sólo actriz, pero un día en los ensayos escuché su voz y le dije “vení, vení” y empezamos a improvisar con una guitarra. Fatou naturalmente improvisa mucho con sus juegos vocales en las canciones, pero no cambia la base. La fusión queda en la trama del rock, pero con su voz africana empieza a ir en dirección a la música africana. Por ejemplo, la letra del tema “Ermitaño” dice así:

Ermitaño, ¿de dónde vienes?

Yo vengo de caminar.
Yo vengo de caminar.
Yo  vengo de Sarahonta
y los vengo a acompañar.
Hay quien te mandó a llamar, 
yo vine porque me dijeron 
que era fiesta patronal.
¡Hay! ¿Quién te mandó a llamar? 
Sabiendo que los judíos lo iban a crucificar”. 

Eso funciona como un canto alegórico, no sólo por su tendencia interpretativa, sino por la letra y la composición sincopada.

-¿Cuánto tiempo llevas haciendo música para la Royal de Luxe?

-Muchos años, desde que conocí a Jean-Luc (Courcoult), lo que fue un encuentro muy importante en mi vida. Antes de eso, para mí era muy difícil hacer música de esta forma, pero, con el tiempo, soy la única persona que le doy confianza a Jean-Luc en términos musicales.

-¿Haces tus composiciones con las esculturas de los gigantes terminadas, como escenas completas?

-Es una cosa un poco loca. Cuando conocí a Jean-Luc, hace 25 años, encontré a un tipo que sabe contar muy bien las historias. Y me encanta la gente que cuenta las historias así. Al principio, no me importan las imágenes del espectáculo. Trabajo en casa y Jean-Luc me cuenta las historias por teléfono o va a mi casa. Pero esta vez, para “La pequeña gigante”, trabajé de forma muy diferente: hay siete temas que hice en su presencia y cuatro que compuse, sin imágenes, en mi casa. No es importante para mí la imagen, sólo me cuenta la historia y yo sueño. Prefiero la imaginación.

-¿Qué te paso cuando viste el rostro de la pequeña?

-Le dije a Jean-Luc: “Es terrible, porque toda mi vida he perseguido a las chicas y ahora voy a perseguir a una pequeña gigante. Es vaporoso” (ríe).

-En ese proceso, ¿ves las obras en su construcción o después?

-La primera vez que hicimos el espectáculo de “La pequeña gigante” con el elefante, Jean-Luc me contó primero la historia del elefante y luego me dijo: “Necesito una música para la llegada de la Pequeña Gigante, que viene en una nave espacial. Yo sólo escucho la historia, hago la música y a él le encanta. Bueno, después hay mucha precisión, ensayos, ajustes y harto trabajo. Ahora bien, muchas cosas que se hacen en la calle son improvisación.

-Trabajas la emoción del momento.

-Lo que me interesa es que en la calle todo cambia en cualquier minuto: una plaza antigua se transforma en moderna, una señora te mira sorprendida como una niña, doblas la esquina y es otro escenario emocional. La gente nos hace entrega de esa energía. Todos los espacios tienen que ver con la manera en que voy a tocar también, porque se acentúa la energía de los actores con las características emocionales de la gente.

-¿Es muy complicado tocar en un camión en movimiento y con una multitud en la calle?

-La cantidad de público no me dificulta el trabajo, al contrario, me agrada. Lo que importa es cuánto tiempo dura el tema. Acá, en Chile, fueron cinco a ocho horas de música en cada pasada. Lo difícil es encontrar un tema que dure 20 ó 30 minutos y que nunca sea aburrido para la gente. Hace tiempo que Jean-Luc quiere hacer un disco con la música que hacemos en las paradas, pero que dure todo el tiempo que tocamos.

-¿Conoces algo de la música actual de Chile?

-Sí, me interesa. Una noche estuve con gente que hace cueca, fue una experiencia fuerte. Yo toqué la armónica.

-¿Te gustó la cueca? Es el baile nacional.







-Prefiero la cumbia. Yo vivo en un pequeño pueblo al sur de Francia y en el verano hubo ahí un festival de música electrónica donde tocaron tres DJs chilenos y eran muy buenos. Me pregunto por qué no están aquí; me gustaría encontrar gente así aquí.

-En Chile hay una emigración constante de artista. Una vez que regresan de afuera, los reconocen un poco acá.

-Que lamentable. En argentina no es tan así.

-¿Eres amigo de Jean-Luc?

-Sí, hace 25 años.

-Al parecer, Jean-Luc nunca abandona su personaje.

-A veces deja al personaje, pero eso es muy, muy raro. Yo trabajo desde 25 años con él, pero no todo el tiempo, es imposible. En tres años, hacemos diez espectáculos y, después de pelear y discutir, nos decimos chao por un tiempo. Es muy intenso. Luego me llama y me dice: “¿Qué haces, cómo estás?” Y después agrega: “Quiero que seas mi amigo”. Ahora somos mucho más amigos que antes. Hemos madurado y estamos más tranquilos que hace 25 años. Prima la amistad más que la relación artista-director.

-Hay algún instrumento musical que te atraiga en especial de Sudamérica.

-Conozco algunos, pero no los sé tocar. Más que los instrumentos, me atraen las voces del altiplano.

-¿Cómo te han tratado en Chile?

-Primero son muy amables y, por otro lado, son muy duros. Es raro, porque a veces parecen esquizofrénicos y paranoicos. Pero sin duda que su fuerza es la generosidad. Tocamos en varios barrios populares y fue muy bueno ver a la gente divirtiéndose, abrazados y agradeciéndonos por nuestra música. Eso me encanta. En Europa, eso se terminó. No se ve.

-¿Te gustaron las chilenas?

-Sí, estoy muy impresionado de la fuerza de las mujeres. Las chilenas son ardientes y muy complicadas también.

-Tu música es pura, en el sentido que está fuera de lo comercial.

-Es una gran pregunta. Actualmente, hay una posibilidad de que la banda sea muy conocida. Nos invitaron a tocar en New York para el bicentenario, pero no sé si quiero ser famoso, no sé si me interesa. Lo que sí me importa es conocer el mundo entero con mi música. Hay aficionados en todas partes, en Tailandia, en China, que me mandan correos para que les envíe música. Eso sí me interesa de la música, los encuentros con distintos pueblos. Poder tocar acá, allá y dar conciertos en las plazas. Quiero ser libre. Por lo menos lo intentaré.

-Alguien dijo que la vida sin música sería un error.

-Cuando vuelvo a Francia y estoy en mi casa, no escucho música durante unos tres meses. Es porque soy autodidacta. Entonces, cuando tengo un proyecto de espectáculo o de disco, no me gusta tener nada de música en la cabeza. Prefiero estar como a los 15 años, sin influencias, como cuando toqué por primera vez mi primera guitarra. Es distinto, es más orgánico y sanador, después simplemente todo funciona.







-¿Y cómo es el camino del autodidacta en el mercado?

-Hay una actitud privativa de parte del mercado, pero nuestra música se transmite en forma oral. Por ejemplo, para “La pequeña gigante” acá en Chile, regalamos nuestros discos.

-Estos espectáculos gratuitos también son un regalo para otros creadores, que pueden realizar otras obras a partir de la majestuosidad de los gigantes. Es decir, cualquiera se los puede apropiar.

-Sí y está muy bien. Ahora, con internet, cada uno puede bajar su propio compilado. La gente escucha música de forma diferente y arma sus propios discos, hacen sus propias compilaciones. Eso es interesante y está muy bien. Jean-Luc siempre tuvo una posición respecto a los medios masivos. Recuerdo una vez que un canal privado muy grande iba a grabar en Francia el espectáculo de “Roman photo”. El contrato estipulaba que ellos pagaban y filmaban el espectáculo. Pero la televisión es la televisión y entonces tienes que esperar el vamos del director del programa. El público llegaba y esperaba y esperaba, 20, 50 minutos. Entonces, Jean-Luc dijo vamos, sin importar el tiempo de la televisión. El director del canal salió de su sala de producción y se volvió loco. Le dijo a Jean-Luc: “No puedes hacer esto, nunca más vas a trabajar en televisión. Corta las luces”. El espectáculo se realizó igual y estuvo increíble. A la gente le encantó. Entonces, el director de televisión vio que el público estaba feliz y, como a los 20 minutos, se puso a grabar desde el punto en que estábamos. Así que sí o sí. Jean-Luc tiene su modo y no le importa nada: él hace lo que quiere. Ahora, si vas a filmar una película de la compañía Royal de Luxe, eso es diferente. Otra cosa.

-El poeta Artur Rimbaud. Dice que pertenece a una raza de ojos azules, bárbara y asesina.

-Ahora, en Francia, hay mucha música que manifiesta la protesta. Es triste, pero así está el mundo entero. Yo soy positivo; voy en el carro del optimismo. Siempre hay que llegar con esperanzas a la gente. Se pueden decir cosas simples, se pueden contar historias. Las palabras son situaciones, cosas fuertes dentro de la actualidad. Una letra de mis canciones dice: “Vivo en la Francia de las apariencias con la certeza de tener el dedo en el culo y Jean Claude, mi amigo, se muere en la calle con la panza vacía, como un perro”. Eso también ocurre acá, en Santiago, y en todas partes.

-Al parecer, los jóvenes franceses se tomaron al pie de la letra otro poema de Rimbaud que dice “sólo con una ardiente paciencia conquistaremos las esplendidas ciudades”.







-Sin duda, y no es sólo la quemazón de autos: en las últimas huelgas de los sindicatos, se tiraron balazos. No hubo muertos y es un milagro que no hayan heridos, pero pudo haberlos. La gente se está armando, el mundo es difícil.

-¿Todas las letras de Los barrenderos del desierto son tuyas?

-Yo compongo las letras y Fatou también. No soy escritor profesional de frases; no soy un hombre político. Sólo constato impresiones. Prefiero vivir en un barrio popular y cantar a la gente. Ésa es mi manera. Ayudo directamente a la gente, no con palabras. No soy Manu Chao.

-Estás más cerca de Edith Piaf: “Non! Rien de rien. Non! Je ne regrette rien” (no, no me arrepiento de nada)

-(Ríe) Sí, yo diría que sí.

-Los quiltros, los perros callejeros de Chile, desarrollan una particular inteligencia. En invierno, cuando llueve mucho acá en Santiago, en las afueras de la iglesia San Francisco, un indigente duerme sobre sus perros. Los usa como flotadores para protegerse del agua que corre por las veredas y ellos siguen el juego.

-Parece que fuera una imagen creada por Jean-Luc para un espectáculo. Es muy curioso, los chilenos tienen muchos perros callejeros. Me interesan mucho los perros y estoy muy orgulloso porque en la carátula de mi último disco se ve a la Pequeña Gigante durmiendo y también aparece un perro. Perdón, un quiltro.